Desde su puesta en servicio en 1769 el Santísima Trinidad había participado en un rosario de acciones de guerra de manera ininterrumpida, que lo convirtieron en una leyenda de la navegación, admirada y temida a la vez.
En 1783, tras catorce años de servicio, el navío fue retirado y sacado a dique seco en los astilleros gaditanos, para ser sometido a una última y profunda remodelación. Durante los siguientes 13 años se modificó su borda, se volvió a aumentar la quilla, se rebajaron las dimensiones de sus puentes y se aumentó aún más su potencial artillero.
Cuando en 1796 el almirante Juan Lángara recibió la orden del Rey Carlos IV de armar de nuevo las flotas del Océano y del Mediterráneo, el “Santísima Trinidad”, bajo las órdenes del Capitán de Navío Orozco, fue puesto de nuevo en servicio como insignia de la flota, como el mayor buque de guerra jamás construido, ya que de resultas de esta última intervención en grada, desplazaba 2830 toneladas, presentaba 4 baterías con un total de 136 piezas artilleras, una altura de su obra muerta (de lumbre del agua a la borda) de alrededor de 25 metros, 67 metros de eslora total, 17 de manga y 9 de calado, y con tres mástiles de 50, 45 y 33 metros (Mayor, Trinquete y Mesana).
Pero el enemigo Inglés había aprendido la lección, y con cada una de las derrotas sufridas a manos de navío español, sus jefes navales se fueron convenciendo de que la puesta en práctica de las aseveraciones hechas por el almirante Cord, años atrás, podrían ser la única manera de vencer al colosal bajel que capitaneaba la flota española.
Así, después de algunas misiones satisfactorias para el “Trinidad”, como por ejemplo la de encabezar una flota que, bajo las órdenes del almirante Lángara, ayudó al francés Richery a eludir el bloqueo al que lo tenía sometido en Cádiz la escuadra de Jervis, y que impedía que los barcos franceses completaran una misión encomendada en las costas canadienses; o la captura de varios mercantes en aguas del Mediterráneo en octubre de 1796, la suerte del “Escorial de los Mares” iba a cambiar radicalmente. En febrero de 1797, a la altura del Cabo de San Vicente, la marina inglesa iba a poner en práctica por primera vez los consejos de Cord.
El 4 de febrero, las escuadras inglesa y española entraron en un encarnizado combate en aguas lusas. Los ingleses, cuando atisbaron en sus catalejos que uno de los buques de la escuadra enemiga era el “Santísima Trinidad” , trazaron rumbo de forma que, desde la primera andanada lanzada sobre el insignia español por el navío “Captain”, de 74 cañones y comandado por quien estaba llamado a ser el más laureado jefe naval del Imperio Británico: Horatio Nelson, se convirtió en el blanco sucesivamente del “Excellent”, de 74 cañones; el “Prince George”, de 98; el “Blenheim”, de 98; el “Orión”, de 74; el “Irresistible”, de 74; y el “Culloden”, también de 74 bocas de fuego.
De esta forma, y después de dos horas de castigo inmisericorde, sobre las 3,15 horas de la tarde, el “Trinidad” se encontraba en una dramática situación, con más de 60 impactos recibidos en su casco, y toda su arboladura destrozada sobre una cubierta sembrada de muertos y heridos. Además, el aparejo caído sobre su costado de estribor hacia imposible el uso de las baterías de ese lado, por lo que el fuego encajado no podía ser contestado.
En tal estado de cosas, y sin atisbar apoyo de las demás unidades de la flota, el navío español arrió bandera a las 3,30 horas. Acto seguido, desde el “Blenheim” se dispusieron 3 botes con la dotación de presa para hacer efectiva la rendición.
Pero el “Trinidad” no estaba llamado a perder su gloria en este envite, y cuando los botes de presa se encontraban a media distancia del costado de estribor, un cañonazo enviado desde las cercanías del costado de babor del buque rendido levantó las aguas cerca del segundo de los botes, y es que el “Infante Don Pelayo”, capitaneado por Cayetano Valdés, acudía al rescate de su buque insignia encabezando una flotilla compuesta por los igualmente navíos de linea “San Pablo”, “Príncipe de Asturias” y “Conde de Regla”, que en la madrugada del día anterior habían sido comisionados como avanzadilla de la flota.
Dado que los navíos españoles mantenían sus pañoles de munición casi al completo, y los ingleses ya casi los habían vaciado en su intento de doblegar al “Trinidad”, estos últimos optaron por largar todo el trapo posible y eludir combate. Además, Orozco y los suyos se habían batido con bravura, mientras les fue posible, y los ingleses también habían recibido “lo suyo”.
Cuando el barco español largaba el poco trapo que pudo poner al viento y se alejaba de los navíos ingleses, el capitán del “Excellent”, Collingwood, que con los años sería el segundo de la escuadra de Nelson en Trafalgar, afirmaría en un escrito personal remitido a Inglaterra, su asombro ante la incoercibilidad del navío español, sobre el que se deshizo en elogios.
El acoso al “Trinidad” en Trafalgar
Tras la milagrosa vuelta a Cádiz, tuvieron que emplearse 3 años para poder restañar las heridas sufridas en San Vicente. Hasta 1803 no estuvo nuevamente apto para el servicio.
Cuando a finales de 1804 de nuevo estalló el conflicto con Inglaterra, un informe del almirante Mazarredo desaconsejaba el rearme del “Trinidad”, abogando por destinarlo como batería flotante de defensa en la ensenada gaditana.
Pero la fama y prestigio adquiridos por el navío entre las gentes de armas del mar, junto a los informes favorables del los almirantes Gravina y Cisneros, convencieron al primer ministro Godoy para su rearme e incorporación al servicio.
Cisneros fue nombrado almirante de la escuadra española, y el capitán de navío Francisco Javier de Uriarte y borja, designado como comandante del buque. El Capitán del Consejo del General Ignacio de Olaeta recibió de Cisneros la misión de reclutar a casi 500 hombres para completar la dotación de guerra del navío, que se encontraba al 50 por ciento después de su larga estancia en puerto.
Cumplimentar este encargo fue una ardua labor, ya que debido a la mala fama que la profesión de marinero o artillero de la armada había adquirido (por las pobres y dudosas pagas, y la nula pensión de retiro), el capitán Olaeta tuvo que “reclutar” personal de la más baja ralea y sin ningún tipo de conocimiento o experiencia en el oficio, e incluso pedir el apoyo de las autoridades penitenciarias de la zona, que conmutaron penas de presos que fueran voluntarios para enrolarse en la tripulación.
De esta forma, en la mañana del 20 de octubre de 1805, el “Santísima Trinidad” se hacía de nuevo a la mar con una tripulación de 1048 hombres, que servían a la maniobra del buque y a las 140 piezas de artillería que montaba para tan histórica ocasión, como insignia de la escuadra española, comandada por Cisneros, que a su vez recibía órdenes del almirante Villeneuve, jefe supremo de la escuadra combinada.
A última hora de la mañana del 21 de octubre, desde el alcázar del “Victory”, el almirante Nelson divisó la escuadra franco-española, e identificando la silueta del “Santísima Trinidad” y creyéndolo insignia de toda la escuadra, ordenó la formación de dos columnas que intentarían penetrar en la formación de linea de la aliada, para así romper la misma y dividir sus fuerzas.
Y como no podía ser de otra manera, la columna encabezada por el insignia Inglés puso proa hacía el lugar que ocupaba el navío español, trofeo codiciado por todo capitán hijo de la Gran Bretaña de la época. Pero el bravo español iba a presentar dura batalla, y fue el primero en descargar toda su artillería de estribor sobre los adversarios ingleses.
Pero las pretensiones del almirante Inglés se vieron colmadas, y hora y media después de iniciado el combate, y a pesar de la valentía demostrada por los navíos franceses “Redoutable” y “Bucentaure”(los más cercanos al español en el orden de linea de combate), el “Trinidad” se vio rodeado y martilleado por tres buques británicos, teniéndose que batir por sus dos costados a la vez con el “Victory”, el “Neptune” y el “Temeraire”
Pero los marinos españoles, haciendo gala de una valentía sin límite, así como de una tozudez de igual envergadura, mantenían su resolución en el combate.
Lejos de recibir algún tipo de apoyo del resto de las unidades aliadas, a las 14:30 horas la situación se agravó aún más, ya que a los tres navíos ingleses que rodeaban al buque de Cisneros se unió un cuarto navío de linea enemigo, el “Leviathan”, de 74 cañones, que descerrajó una certera andanada que entre otros quebrantos, produjo heridas de consideración a los capitanes Olaeta y Sartorio, que tuvieron que ser trasladados a la enfermería.
En ese momento, la fragata inglesa “Naiad” izó señales para el resto de su flota informando de la posición y circunstancias del barco español, lo que hizo que varios navíos enemigos enfilaran sus proas hacia el lugar para acrecentar el acoso.
El “Victory”, abarloado al “Redoutable” y enganchado por este con cabos de abordaje, se vio arrastrado fuera de la contienda, pero su lugar fue ocupado rápidamente por el dos puentes “Conqueror”, que se sumó al castigo artillero al “Trinidad”, el cual, en la que sería una de las últimas réplicas que pudo lanzar desde sus puentes, descargó una andanada que barrió la cubierta del nuevo enemigo.
El almirante Cisneros, en un momento en el que la humareda de la abundante artillería empleada se disipó lo suficiente, tomó su catalejo y oteó a la búsqueda de velas amigas. Solo pudo comprobar como el “Príncipe de Asturias”, navío español de 3 puentes y 112 cañones, capitaneado por el almirante “Gravina”, se encontraba a dos millas al sur rodeado de humo y fuego; y que no más lejos el Brigadier Churruca se batía con bravura contra cuatro navíos de primera clase, a bordo del “San Juan de Nepomuceno”.
Sobre las tres y media de la tarde, por la aleta de estribor se sumó al combate, ya largo tiempo desigual, un nuevo bajel de dos puentes, el británico “África”, que propinó una nueva rociada de hierro y desarboló casi completamente al infortunado buque, y mandó a la enfermería a Cisneros, el cual, cuando recuperó el sentido en la sala de curas, instó a uno de sus ayudantes para que trasladara a Uriarte, que además ya erá el único del cuadro de mando que quedaba sobre cubierta, la orden de no rendir el navío “bajo ninguna circunstancia”.
Pero en ese momento los artilleros españoles, lejos de mostrar signos de flaqueza, habían preparado la enésima andanada, que enviaron sobre el pequeño “África”, que dado que era mucho más bajo de borda que el coloso español, la recibió en plena cubierta, que quedó parcialmente destruida y despejada de personal.
Tras esta acción el “Santísima Trinidad” tuvo sus primeros minutos de respiro, pues el cañoneo cesó para no dañar a tres botes con dotación de presa que el propio “África” envió a hacerse cargo del abordaje del español, pues su comandante no divisaba izada ninguna insignia de combate, y después de 15 minutos de silencio de las baterías del barco, y una alarmante falta de oficiales sobre cubierta, llevó a pensar al ilusionado capitán Inglés que los españoles habían rendido el barco. Pero cuando Uriarte se percató de las intenciones de los hijos de la Gran Bretaña, informó, por medio de las voces del teniente de navío Basurto, que algo conocía del idioma enemigo, de la sugerencia de desaparecer de la linea de fuego, ya que el buque no se rendía.
Este acto exacerbó al capitán del “Conqueror”, que ordenó una nueva andanada que acrecentó las ya muchas heridas materiales y humanas, entre otros al propio Uriarte que cayó en cubierta sin sentido, lo que minó la resistencia de la diezmada tripulación (reducida ya a menos de la mitad), del otrora navío orgullo de la Armada de Carlos IV.
Tras este nuevo y fatal castigo, el segundo comandante del navío, Capitán Riquelme, único mando en pie del cuadro español, convocó a los pocos oficiales en cubierta para tratar la posible rendición. Cuando se llevaba a cabo este debate, un nuevo mastodonte Inglés, el impresionante 3 puentes y 98 cañones “Prince”, arribaba a la escena, y atisbando como ya habían sido rendidos los franceses “Redoutable” y “Bucentaure”, la decisión del cónclave fue clara. Seguidamente informaron en la enfermería al almirante Cisneros, que no tuvo otra salida que aceptar la ya inevitable rendición del buque.
Al fin, después de casi 36 años de servicio, la presa más deseada por los marinos ingleses estaba en sus manos, por lo que dispusieron una dotación de presa para conducir al navío a puerto Inglés, a la vez que para evacuar a los muchos heridos.
Pero justo cuando finalizó la cruenta batalla, la mar comenzó a mostrar su temible fuerza, desatando una tempestad que frustró todos los intentos ingleses por conducir lo que quedaba del “Trinidad” a Gibraltar.
A las 5 de la tarde del 24 de octubre de 1805, el mayor navío de guerra que había surcado el mar hasta la fecha, fue engullido por este, y con él, el poderío naval que durante décadas dio a España la hegemonía naval en el mundo.